Julio Verne: Un castigo que terminó en creatividad (y aviones)
Era verano de 1839 y la familia Verne se preparaba para cenar. Pero faltaba un integrante en la mesa: el pequeño Julio, que en ese momento tenía solo once años. Su padre, enfadado por tal desobediencia, salió a buscarlo. Un marinero a su paso le dijo que lo había visto embarcarse junto a dos grumetes en el Coralie, un barco frecuente del puerto de Nantes.
Pierre Verne subió a un buque de vapor que lo llevó desde Nantes hasta Paimboeuf, una localidad río abajo antes de la desembocadura, parada previa del Coralie antes de partir hacia la India… sí, la India. Pierre llegó justo a tiempo para encontrarse con su hijo y darle un buen azote.
Julio, que soñaba con ser marinero, recibió en su casa varios latigazos ante toda su familia. Y su padre lo castigó también con una dieta de pan y agua y un juramento que le obligaron a decir. Entonces Julio repitió las palabras del padre:
“A partir de ahora solo viajaré en sueños”
El autor de obras emblemáticas de ficción como “Viaje al centro de la Tierra”, “20.000 leguas de viaje submarino” con el osado capitán Nemo, o el clásico “La vuelta al mundo en 80 días”, es sin dudas unas de las mentes más creativas que tuvo la literatura. En su libro “París en el Siglo XX” de 1863, habló de un telégrafo mundial, que iba a funcionar a través de una red mundial de comunicaciones, dentro de una ciudad de rascacielos de vidrio y trenes de gran velocidad, nada alejado de la realidad. Asimismo, soñó con los submarinos eléctricos, los viajes a la Luna, y participó sin saber de inventos que cambiaron la humanidad. Tal es el caso que narró Dumont, que inspirado en Verne, fue el primer hombre en volar (en 1906 – Julio falleció en 1905) y luego de tamaña hazaña afirmó que los progresos de Verne contribuyeron sin dudas al avance de la aeronáutica, al haber diseñado un vehículo con motor, luego de proponer en “La vuelta al mundo en 80 días” que el hombre debía cruzar el mundo por el aire (en ese momento solo se podía en globo aerostático) y que habría en un futuro un artilugio motorizado para tal fin. Y por si fuera poco, Cartier, el fabricante de relojería, fue el primero en inventar los relojes de pulsera, al observar que, tras este invento, pilotear una nave y mirar el reloj de bolsillo iba a ser un tanto difícil. “El aparato, flotando en el aire, obra como una balanza de exactitud matemática”… menos mal que a Julio lo dejaron viajar en sueños.
“Todo lo que de grande se ha realizado ha sido en nombre de esperanzas exageradas y todo lo que uno puede imaginar, otros podrán hacerlo realidad”.
Por Luciano Verdi, Licenciado en Comunicación Social